(Versión breve)
Aurora Suárez y Freddy Quezada
Toda polémica, en nuestra cultura, responde a las reglas del Organon de Aristóteles, al método de Descartes, y a las lógicas de Kant y Hegel, expresables en las polémicas, a veces rudas, entre liberales y marxistas, y dentro de las variedades de cada uno.
Los compiladores hemos descubierto, también, la fascinación que han ejercido Paul Feyerabend (que polemizaba humorísticamente contra los mejores), Cioran (que desafiaba al mundo entero), Krishnamurti (que no entraba en conflictos con nadie como recurso polémico) y Wittgenstein (que polemizaba violentamente consigo mismo adelantándose así al peor de sus críticos).
Camus vs. Sartre, modelo de polémica contemporánea por su altura, hoy luce inalcanzable, porque el debate serio es alérgico. Donde las seguridades son superficiales, las argumentaciones frívolas, la profundidad rápida y los horizontes cambiantes, parecería arbitrario iniciar el debate contemporáneo con la polémica modernidad/postmodernidad.
El inicio del debate postmarxista, lo marca un sólo hombre, reaccionando ante las nuevas propuestas, como el guardián de la modernidad, a la defensiva ante las duras críticas de la que ha sido objeto: Jürgen Habermas. Este pensador alemán (heredero de la teoría crítica frankfurtiana y del pragmatismo anglosajón) ha polemizado con varios hombres que han significado distintos niveles de crítica y pensamiento: Ratzinger, Luhman, Castoriadis, Gadamer, Appel, Dussel, Foucault, Lyotard y Sloterdijk. Cada uno de ellos representó la doctrina cristiana, la legitimidad del sistema, la praxis social, la hermenéutica, la ética universal, la filosofía liberacionista, el saber y el poder, la decadencia de los metarrelatos y el cinismo de la razón ilustrada, respectivamente.
A partir de estos debates (ver su obra El Discurso Filosófico de
La obra “El Debate Contemporáneo” tiene una división sencilla: inicia con una introducción, a la que le siguen cuatro capítulos geoepistémicos, donde se logrará situar en el primer capítulo, las discusiones euroestadounidenses (con Habermas, Petras, Stiglitz, Zizek, Butler y las feministas, entre otros); luego, las polémicas entre subalternistas indios y postcoloniales (con Said, Ahmad, Dirlik, Bhabha, Spivak y otros), seguido de los debates entre latinoamericanos (con el debate central entre Rama y Cornejo, las escuelas culturales y decoloniales); y, por último, las discusiones de mayor relieve entre nicaragüenses.
¿Por qué “geoepistémicos”? Por el peso que le acuerdan las corrientes más influyentes al “pensamiento” y a la capacidad que tienen sus tenedores más poderosos de imponerlo, de grado o por fuerza, a quienes los reciben, según los sitios donde habitan. Así, Europa y EEUU, constituyen un capítulo donde no figuran en sus discusiones debatir con pensadores de sus antiguas colonias o zonas de influencias, a quienes no les reconocen dignidad ni estatura para hacerlo. El pensamiento, en términos epistémicos, contribución alemana a
Por su parte, los subalternistas indios y postcoloniales, son sus herederos y rivales, sobre los imaginarios que nos imponen los colonizadores y las estrategias que usan los subalternos para moverse dentro de ellos. Su mundo es señalar, sin contrapartida, cómo nos ven los eurocentristas o, en el caso de los subalternistas, cómo deshacernos de ellos a través de sus propias promesas emancipatorias, como hicieron Fanon y Sartre.
Por su lado, latinoamericanistas de todo tipo (desde la filosofía de la liberación, hasta los decoloniales, pasando por los dependentistas culturalistas y teóricos de la hibridez), se combinaron con los postcoloniales y subalternistas. Algunos de ellos, igual pero invertido, le asignan al “pensamiento” (haciéndolo, sin saberlo, el verdadero eje de debate) por encima de lo racial, político, económico e ideológico, el mismo peso y alcance de los eurocentristas, pero a cargo esta vez de aborígenes, afrodescendientes y, en menor medida “mestizos”, a través de experiencias “otras”. Al parecer, su Platón “otro”, es Guamán Poma de Ayala, un mestizo peruano de la primera hora, y su Aristóteles, Ottobha Cugoano, un africano liberto. Ambos letrados.
La obra cierra con debates representativos entre pensadores/as nicaragüenses, en muchos de los cuales no interesa saber ya, como le manifiesta Dios a Aureliano de Aquilea y Juan de Panonia (los teólogos del cuento de Borges), quién tenía la razón y quién no, desde un presente eterno donde se reconcilian el ortodoxo y el hereje, en una sola persona.
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