Mariposa Miel
Por Aurora Suárez
Eran casi la una de la tarde, el sol como un comal recibiendo tortillas, ponía la cara de Chabelita, chota, parecida a una flor de avispa. Los calcetines blancos caídos por el cansancio de andar peleando día a día con el polvo de aquel camino que la llevaba a casa.
“No me gusta el sol”, pensaba Chabelita mientras recordaba a un personaje que conoció a través de un libro-cuento que su madrina, quien vivía en la capital, le trajo de regalo el día de su santo. “Prefiero las estrellas de la noche frescas como el agua y calladas como las piedras”.
Hacía tres días que su libro se le había perdido de la mochila del colegio. Buscó por todos los rincones de su pequeña casa y ella sabía que sus compañeritos de clase no se lo había tomado. A ninguno de ellos les interesaba leer libros. Hasta se dormían en sus pupitres cuando a veces la profe de español les leía cuentos. Para Chabelita esos cuentos dejaron de ser interesantes desde que leyó aquel libro-cuento, su primer libro-cuento, a los diez años de edad.
Chabelita se metió al zacatal. Se sentó en un tronco debajo de un árbol a descansar un poco y mirando a su alrededor descubrió como los árboles, después de estar un buen tiempo desnudos, comenzaban a vestirse de hojas y flores, a hacerse como más grandes y fuertes y a los perros ya poco se los miraba echados a la orilla del camino. Los chichiltotes, carpinteros, colibríes y otros pájaros estaban regresando con sus cantos de lluvia musical.
“Qué bonito se está poniendo todo” se dijo a si misma Chabelita. “Pero yo estoy tan triste. ¡Se perdió mi primer libro! Me gustaba tanto, en él aprendí mucho de la gente, de lo que hay allá fuera de este pequeño mundo donde vivo.”
De pronto sus pensamientos se quedaron suspendidos en el aire cuando una mariposa multicolor, casi del tamaño de aquellas lechuzas de papel que pendientes de un hilo se alzan en el cielo. La mariposa revoloteaba alrededor de ella.
-¿Qué querés?- le preguntó la niña.
-No te preocupés. No estés triste- le respondió la mariposa.
-¿Por qué me decís eso? ¿Quién te dijo que estoy triste?-insistió Chabelita.
-Yo sé oler los sabores dulces, ácidos, amargos de las flores y eso me permite sentir en las personas los pensamientos que tienen esos olores- le respondió la mariposa.
En ese momento, proveniente del camino se escuchó un grito:
-¡Chabelita...Chabelita! ¿Qué hacés allí?- era su mamá regresando con compras del pueblo.
Como una saltapiñuela saltó del tronco y salió a encontrar a su madre, mirando hacia atrás, preguntándose en sus adentros quién era la mariposa y de dónde venía.
La mamá la iba regañando porque a esas horas Chabelita aún no había llegado a su casa a darles de comer a sus hermanos pequeños.
Chabelita caminaba en medio de un silencio tan profundo que su mamá asustada le preguntó:
-Niñá... ¿Qué te pasa a vos? ¿Qué tenés?
-Nada, nada- respondió, quedando sólo la música de los pájaros entre las dos.
Después de lavar los platos, jalar agua del pozo, dar de comer a las gallinas y los cerdos, desgranar maíz y estudiar, bajó hacia el río que estaba casi a la orilla de la casita. Quería ir a ver, acompañada de su perro Flecha, las largas filas de zompopos color ladrillo. Flecha todas las tardes emprendía una guerra contra los zompopos, tratando de agarrarlos hasta volverse locos ambos sin que nadie saliera triunfante.
Pero esa tarde, bajo un cielo color de algodón de azúcar, reapareció la mariposa sonriente, recién bañada y perfumada. Chabelita sacó un bombón de uva de una de las bolsas de su vestido, lo empezó a chupar, mientras seguía con sus ojos el vuelo de la mariposa y preguntaba:
-¿Quién sos vos? ¿Cómo te llamás?- le preguntó Chabelita.
-Mariposa Miel- respondió.
-¿Mariposa Miel? ¡Qué nombre! ¿Y por qué miel? ¿Acaso naciste cerca de un panal?- preguntaba la niña.
La mariposa revoloteó más fuerte por la risa que le causaba las preguntas de Chabelita. Cuando reía la mariposa encendía más sus colores.
-No es por eso que me llaman así. Pero un día de estos te voy a contar la historia de mi nombre. Es una historia muy linda, podríamos decir con un toque de amor, como ese bombón que te estás chupando.
Los ojos de Chabelita quedaron como palomas volando por el asombro. Chabelita se preguntaba: “¿Las mariposas se enamoran? ¿Mariposa Miel estará enamorada de una abeja? ¿O de un colibrí?”
La inmensa familia de los árboles y arbustos, la verde extensión de los potreros y el mugir del ganado conquistó las mentes de Chabelita, Flecha y Mariposa Miel. Pronto los últimos rayos de sol se perderían en las sombras de la noche.
El candil encendido en la casita hecha de ripios de maderas diferentes, indicaba a Chabelita el regreso a casa para ayudar a preparar la cena. Después de cenar Chabelita escuchaba las historias sobre ese lugar contadas por sus padres.
Chabelita meciéndose en la hamaca miraba como el río se poblaba de luciérnagas y quiebraplatas. Recordó que por eso llamaban al río, Lentejuelas. En lo alto, familias de estrellas formaban figuras en el cielo. Otras estrellas, huérfanas, cubrían el resto del espacio. De pronto a Chabelita la atrapó un repentino deseo por tener un asteroide donde vivir, entre libros, perros, mariposas y un río color violeta con peces verdes. Soñaba despierta...hasta que se fue quedando dormida arrullada por el canto de los grillos.
La tarde del día siguiente, igual a todas las que había vivido, fue visitada nuevamente por Mariposa Miel, quien le anunció que le tenía una sorpresa.
-¿Qué cosa es la sorpresa? ¿Una rosa color verde? Hum...No se qué podría regalarme una mariposa. ¡Me doy!- dijo Chabelita.
Meciéndose lentamente Mariposa Miel sonreía, mientras pensaba en lo inmenso que es la imaginación de los niños y niñas. No tiene límites, pueden poner un arcoiris en lo más intenso de la noche o ver la lluvia caer sobre el desierto.
Después de un rato de silencio donde sólo se escuchaba el rumor de las hojas y el viento, Mariposa Miel dijo:
-Ya vengo, ya te traigo la sorpresa-.
Voló hasta lo más alto del árbol, cuya sombra abrazaba a Chabelita y regresó con el libro- cuento que se había perdido.
-¡Mi libro cuento! ¿Qué hacés vos con él? Me viste estar triste y no me pudiste decir que vos lo tenías. ¿Por qué?- reclamó Chabelita.
-Espera, te voy a contar. Cada vez que vos regresabas de la escuela y te sentabas en aquel tronco a leerlo, yo desde el árbol te escuchaba y sentía que esa historia era como mi vida.
-¿Por qué- volvió a preguntar la niña.
-Al igual que el personaje de tu libro-cuento, El Principito, yo tengo una flor que amo y un día huí de ella, sin rumbo y llegué a este lugar el primer día que vos empezaste a leerlo...
-¿Vos estabas en el árbol? No te ví- le decía Chabelita.
-Día a día te escuché...Y ahora que yo lo he disfrutado a solas, aprendí mucho...Yo no sabía lo que era un libro, ni la importancia que tienen- dijo con sabiduría virgen la mariposa.
-¿Qué aprendiste?- le preguntó Chabelita.
-Que debo regresar a buscar mi flor...Un día te visitaré con ella...Nos vemos Chabelita y nunca dejés de creer en tu estrella, nunca dejés de creer en tu estrella, le repetía mientras se perdía en el monte.
La Calle Rosada
Por Aurora Suárez
Estaba sentada en una grada de la acera de su casa, con el vestido de algodón color mamón que su madre le había hecho. Lucía sus mejores zapatos, aquellos blancos con forma de galleta cubiertos de hoyitos que le sonreían y unos calcetines de vuelito que ya parecían sombrillas cansadas por la lluvia. La calle olía a limpio. Las gentes pasaban sobre el arcoiris que formaban los ladrillos de todos colores, unos apresurados otros como si el tiempo no existiese. María disfrutaba de las tardes, eran como abrir un libro de cuentos, descubrir cosas, rostros, las modas, las luchas y las insatisfacciones de la vida.
Habían personajes que formaban parte de su cuento. Don Esteban Quezada, el fotógrafo más famoso de ese barrio, caminando lento con un traje color gato invernal y de sombrero. Don Esteban que le había regalado sus primeras acuarelas para pintar sus deseos y quien siempre le daba un beso de abuelo. Ella quiso tanto a ese señor, que cuando él se fue a hablar con las estrellas, sus mejillas palidecían en momentos como el atardecer, ante la ausencia del olor a canas que el viento se había llevado.También, esperaba con alegría al vendedor de pan, Chabelo, por que le encantaba sentir el sabor caliente de la harina reciclada con leche, esculcar la canasta llena de figuras, sabores, olores y la manta virginal que los envolvía. María, de esa manera comenzó a aprender de las personas, descifrar los gestos en sus rostros, los sabores y sinsabores de algo que sencillamente la llamaban vida.
Mientras jugaba con su muñeca preferida, esa de trapo hecha en Masaya, no de las que recibía de sus padrinos de Europa o bien, las compradas en Sears. Sino esa, la especial, la que cargaba los olores al pueblo amado de ella por su alegría. Muñeca hecha por niñas con puntadas de hilo mal cosido que las hacían aprender a ser mujer. María jugando con su muñeca, esperaba con la ansiedad de una coneja recién nacida, que la puerta café chocolate se abriera, para ver volar en Alberto sus cabellos y ojos negros profundos.
María soñaba con ser grande, ser libre como los vende pan en sus bicicletas, los mercaderes, los revolucionarios de la época que anunciaban con sus voces quienes eran, qué hacían, cuál era su razón de vivir.... María soñaba en el beso que vio en la televisión, en lo rico que era enamorarse, en todas las cosas que en ese momento le eran prohibidas.
Tenía siete años inquietos y planificaba sus deseos, tenía la certeza de que conquistaría aquel muchacho azabache, ligero como una liebre, delgado como sus piernas y con una sonrisa de sol. El era mayor que ella. Se aparecía en bicicleta por las tardes y en ese momento María sentía que la calle se volvía rosada, se despojaba de los olores, sabores y colores propios. María le dedicaba en silencio cada canción salida fugitiva de la radio como sus suspiros. Le miraba discretamente desde el otro lado de la calle, contando cada uno de sus movimientos. Revisaba si la camisa de cuadros como un mantel, era la de su color preferido. Celestita con rosado como el cielo de las tardes.
La tarde se sentaba junto a ella a despedirse y comenzaba a juntar sus pensamientos en una caja que había pintado con flores lilas. Ya en su casa volaban por el aire los olores a comida, sabía que pronto la llamarían para cenar y su momento de amor terminaría. Era la perfecta mujer que espera y no reclama, disfruta y sólo vive el momento. Tenía la sensación de estar amando como las lobas, escurridizas, silenciosas, pero penetrantes. Cargó a su muñeca, su radio y se despidió de la luna llena que comenzaba a dibujarse en el eterno tapiz que nos cobija. Alberto desaparecía como una luciérnaga en el bosque.
Pasaron los años y María se dio cuenta que los deseos no se planificaban, que eran cosas que sabían a piel y a labio, a olores tan extraños como una cocina ajena, a sabores sin nombre...sobretodo a una foto retocada. Ella se casó con un hombre color esmeralda, que se creía pez y le encantaban las muñecas occidentales, que comía verdades en medio de tantas mentiras. Un día de tanto, ella quedó sola en medio del olor a pólvora.
Cuando Alberto se convirtió en lo que muchos nunca queremos ser, adultos, buscó a María. En un parque, le confesó cuánto él disfrutaba viéndola de niña todas las tardes jugando con su muñeca y que en sus ojos encontraba un túnel lleno de luces decembrinas, le confesó sus deseos de arrebatarle un beso en esos días, pero siempre tuvo miedo.
Era diciembre. Ella se le acercó, le vio sus ojos, ya no tan negros, pero si intensos. Le dio un beso tan profundo como una caracola perdida en el océano y le dijo:
-No lo tenia planificado, de todas maneras es de tarde, busquemos unas bicicletas y escribamos nuestro cuento.