Presentación
de Pensamiento a Debate, de Aurora Suárez y Freddy Quezada. Biblioteca del
Banco Central de Nicaragua, 19 de abril de 2013. 5 pm.
Por Pablo Kraudy
Cuando me planteé cómo
presentar este nuevo libro de Freddy Quezada y Aurora Suárez, cuyo título ha de
parecernos sumamente sugerente, Pensamiento
a debate, vino a mi memoria –paradójico a lo mejor, pues pudiera considerarse
todo lo opuesto a lo sugerente de dicho título– un poema breve de José Coronel
Urtecho al que en ocasiones aludo en las aulas de clase para referirme a la
actitud que aún suele adoptarse, particularmente entre los jóvenes, ante las
construcciones intelectuales de diversas índole. El poema de Coronel, “Nota en
un libro de historia” (1964), dice así:
Mientras hojeo
historiadores y tomo notas
un pajarito
canta entre las hojas de una rama
y su canto
un silbido, tal vez una
llamada
me saca de la
Historia.
Para entonces ya habían
visto luz pública dos tomos de sus Reflexiones
sobre la historia de Nicaragua (De Gainza a Somoza), y el tercero (subtitulado
a modo de ampliación del anterior: II B – Explicaciones y revisiones)
aparecería en 1967.
Seguramente esos versos
reflejan una vivencia real de quien, esencialmente poeta, se ocupaba en
discernir y hacer inteligible el sentido de nuestra historia. Pero no sólo
poeta, también un nicaragüense que nos coloca en perspectiva, como rasgo
idiosincrático, cierta propensión a la sensibilidad estética, ante la
insuficiencia en el orden de la actitud teorética y el pensamiento crítico.
Pues bien, a qué obedeció
esa evocación suscitada por el reciente libro de Suarez y Quezada. Si fuese
tomada la alusión de modo literal, se extraería sin duda una conclusión
negativa, cuando en verdad no estaba respondiendo a ella. Sería como tener la
sospecha de que el libro de nuestros amigos podría caer en manos de un lector
que, iniciado en su lectura, terminase abandonándola por otros deleites. En una
ocasión Cortázar aludió haber experimentado también situaciones semejantes.
Dando por sentado lo
deseable que sería que todo libro encontrase siempre su apropiado lector,
permítaseme dos acotaciones breves a dicha evocación, una por el lado del
lector, y una por lado del creador.
En primer lugar, por el lado
del lector, situados en nuestro medio en donde es bien sabido que la lectura no
logra niveles óptimos en cantidad y calidad, representa un desafío personal
tomar un libro entre las manos y no dejarlo hasta llegar a la última página. Tal
desafío se acreciente de repente cuando escuchamos entre jóvenes frases como
“pensar da dolor de cabeza”, justificando rehuir a esa dimensión de su ser y colocándonos
en la perspectiva inversa de la comprensión moderna del hombre y del
intelectual que critican Suarez y Quezada. “La cultura moderna –dice María
Zambrano– fue arrojando de sí al ser total del hombre, cuidándose sólo de su
pensamiento”.
Un libro como el que esta
tarde nos da cita, en el que, los autores lo advierten, hallaremos luces y
sombras en el estilo y las proposiciones, hay que leerlo pensando, superando
uno y otro extremo, sobre todo por que trae consigo un emplazamiento al que
sólo de modo personal se puede responder, pues es el emplazamiento que encarna
nuestra propia integridad como personas, como cuerpos pensantes.
Valga recordar la acepción
aristotélica del ser humano como animal racional, de la que en la historia
tradicional del pensamiento se ha tendido a destacar la nota que diferencia al
ser humano de los animales, la nota de racionalidad, abstrayéndola de la cara a
la que esta irremediablemente unida en el concepto del estagirita, la nota de
animalidad, de corporeidad, sin la cual no tendría existencia.
Por otra parte, del lado del
creador –ambos autores–, la reiteración de estar ya en tiempo los creadores
nicaragüense para enfrentar retos de mayor alcance en sus temas y métodos de
elaboración intelectual, más allá de los indudables logros en las obras de
ficción y los estudios contextuales.
Pues bien, con este libro, afirmaba
Freddy en cierta ocasión que conversamos, vendrían a poner cierre a su
ocupación en el tema del pensamiento, constituyendo así una trilogía formada
por Pensamiento contemporáneo, Debates contemporáneos, y ahora Pensamiento a debate, libros titulados
casi a modo de juego o ejercicio silogístico, en donde los dos primeros
funcionan como premisas, para mediante el último deducir una conclusión.
Un título sugerente,
decíamos, en tanto que contiene en sí mismo un contenido y una incitación. Su
contenido, la dupla pensamiento/pensador, particularmente la idea del
pensamiento separado de los cuerpos –y temas a este conexos–, respecto del cual
debemos tener en mente los planteamientos expuestos por los autores como los
cuestionados por ellos, en lo que, en sus palabras, es una “iniciativa de
debatir sobre algo que pocas veces se ha sometido a interrogatorio tan profundo
como los que él somete a sus objetos” (13); y una incitación, no por el
ejercicio de debatiente en que los autores confrontan otros puntos de vistas,
sino por el hecho mismo de que sus proposiciones y valoraciones, que pueden
parecer al lector controversiales y discutibles, de lo cual los autores están
conscientes y lo muestran al calificar la obra de “libro bonzo (…que) se pega
fuego a sí mismo” (13), invitan sin embargo a tomar parte, tal vez silenciosa,
del debate.
Se
trata de un libro que a sí mismo se presenta, tanto por cuanto las motivaciones
de los autores como por su contenido y su composición. Al lector le será
fácilmente observable la incidencia de las nuevas tecnologías en la
estructuración, formal y eidética, de las argumentaciones.
La cuestión abordada podemos
sintetizarla con palabras de los autores a como sigue: “La verdadera batalla de
todos los tiempos ha sido, pues, entre el pensamiento y los cuerpos. Hasta hoy,
ha triunfado aquel sobre éstos. El pensar separado, por fuera y encima de los
cuerpos, es un invento de las religiones, refinado por la filosofía, la ciencia
y la tecnología” (18). Reto actual es el paso o regreso del pensamiento a su
propio asiento, “de la episteme a la
sabiduría; de la unión del mensaje al mensajero; del reintegro de la razón a
los cuerpos” (83), en cuya dirección han avanzado filósofos y pensadores de la
india, particularmente Osho, Jiddu Krishnamurti y U. G. Krishnamurti, decisivos
en las reflexiones que Suarez y Quezada nos presentan, y a quienes integran en
el que denominan Paradigma 82.
Durante la modernidad, este
proceso atraviesa al menos tres etapas: la primera comprende el dominio del
pensamiento eurocéntrico, desde Descartes hasta la época actual, en donde la
fractura ontológica del ser humano que adquirió ciudadanía desde el pensamiento
griego, persiste y profundiza.
Refiriéndose a ello, María
Zambrano decía: “La filosofía, por su parte, no ha tomado tradicionalmente en
consideración al cuerpo; sólo inevitablemente cuando se ha tratado de definir
al hombre, entonces sí, ya no era posible eludir el hecho de que el hombre sea
un ser corpóreo. Más aún esto no ha sido siempre así. Filosofías ha habido que
no lo mencionaron siquiera, como si lo ´humano´ fuese una especie de razón
descarnada”.
Durante esta época el
pensamiento se comprende como solución. “Las premisas, fundamentos,
procedimientos, fines y, en general, toda la lógica del conocimiento moderno
–afirmas los autores–, reside en resolver problemas. Pensador que no resuelve
problemas, pensador que no sirve. Pensamiento que empieza a dar más problemas
de los que remedia, pensamiento que no sirve”. Y más adelante agregan: “Desde
la linealidad de la ciencia newtoniana de la primera hora, no hemos podido
desprendernos de la idea … que saber una cosa es la mitad de su solución y que
la otra mitad, correrá a cargo de aplicar la ciencia pura a una técnica, o a
una práctica que deberá ajustarse al canon causal” (62).
La segunda, etapa del
descentramiento de eurocentrismo, con los decoloniales y el pensamiento queer, que pese a la crítica de la
modernidad occidental, pese a haber situado el pensamiento como un problema, termina
atrapada en la comprensión del pensamiento como solución;
La tercera, corresponde al
grupo de pensadores hindúes con los que los autores se identifican, entre
quienes “el pensamiento será señalado como problema” y no como solución, y “los
pensadores, como separaciones del mismo fenómeno, serán el objeto” (39). De ahí
una paradoja: la necesidad de reintegrar lo que hemos vivido en la ilusión de
hallarse separado, y consecuentemente, “reintegrar lo que nunca ha estado
separado” por ser términos inseparables de una misma realidad (45).
“Hasta hoy dominó el ´pensar
es desprenderse´ descartiano –concluyen los autores–. De lo que se trata de
aquí en adelante es de ´desprenderse del pensar´”.
“Cuando el pensador
reconozca que los demás piensan tanto como él, se reconciliará con la gente y
desaparecerá”. (77)
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