Elogio de la incultura
Jaime Richard
La primera premisa del silogismo improvisado que hago hoy no tiene refutación: el fin del ser humano sobre la vida es ser feliz, procurarse felicidad a todo trance. Las maneras de entender la felicidad son variopintas, pero al final todos pensamos igual al manejar esa noción...
Dicho lo cual, pasemos a la segunda premisa, ésa que ya no es un axioma sino algo que hay que fabricar. Empezaré por aquí antes de formularla para ayudarme a encontrarla: ¿quién ha dicho, que el humano culto, cultivado, leído, preocupado por el saber es más feliz que su oponente, el ignorante, el inculto? Lo primero con lo que ha de contar el culto, el ilustrado, para serlo, es con tener la vida material resuelta. Pues... si ha de dedicar sus energías a lograrlo puede sucumbir en el intento y nunca tendrá la sensación básica para sentir felicidad que es la independencia, la autonomía, la certeza de que mañana va a poder pagar la hipoteca o el alquiler, o de que no vaya a tener una nueva bronca descomunal en casa de quienes le acogen pero le acusan de que no quiere trabajar cuando no hace otra cosa. que buscar trabajo... Siempre he dicho que desear con vehemencia algo es una manera de poseerlo. Pero en este caso esta alentadora y resignadora formulación es inoperante.
Parece que esta maravillosa iluminación me ha venido más o menos con mi cumpleaños. Después de haberme pasado la vida adorando a los clásicos y celebrando la inteligencia, amando la cultura y el saber, he llegado a una conclusión por vías no de la inteligencia sino de la naturalidad y de la intuición (intuición: instinto más conocimiento). He llegado a la conclusión de que en esta vida, más bien en estas sociedades materialistas y materializadas hasta extremos de gran patología, el desafío no consiste en saber más que los demás, en tener mayores conocimientos técnicos, científicos, académicos, intelectuales o artísticos que el resto de nuestros congéneres, ya sólo competidores, no hermanos, no semejantes, no dignos de ser amados. El desafío, vista la deriva psicológica y mental de los habitantes del Primer Mundo, consiste en afrontar la competición personal, por abajo. Empiezo a sospechar, y temo que pronto lo confirmaré, que lo que e interesa por aquí, por estas latitudes, es ser un lerdo, el mayor lerdo que quepa imaginar, el lerdo máximo, el mayor patán: una garantía si no de felicidad sí de solaz, otra noción muy próxima a la felicidad.
Una sociedad como la nuestra no merece ciudadanos relevantes, esforzados, egregios, sabios. Una sociedad como la nuestra, empeñada en combatir más que en emular, generadora de la agresividad hasta la eliminación y mejor la extinción del que hemos de ver como rival, lo que necesita no son humanos sensibles, sensitivos, respetuosos, cabales, íntegros. Íntegros ¿para qué? Cabales ¿para qué? ¿sensible, sensitivo? ¡no, por favor! Ser sensible, sensitivo, compasivo, considerado. .. ¿para que los que no lo son -que son los que manejan el control social, las personas jurídicas sin alma, la empresa, los poderes de hecho e institucionales, los medios, los que pinchan y cortan- hagan de nosotros, de nuestra honradez, de nuestra respetuosidad, de nuestra candidez un instrumento de nuestro propio dominio, un artilugio para domeñarnos?
Yo, si tuviera hoy un hijo (y estoy a punto de tenerlo), lo que le enseñaría es a ser un auténtico cerrojo, un desalmado, un despiadado, un cabrón. Todo lo más le enseñaría triquiñuelas, ardides, astucia y toda esa cohorte de habilidades que despliegan quienes se hacen con las riquezas, con el dinero, con el poder...
No vale la pena forcejear por ser más culto, más educado, más "capaz". Ser más capaz fuera de las habilidades para el engaño y la manipulación, es un seguro de infelicidad. ¿Habéis visto más incapaces que los empleados en funciones de responsabilidad colectiva, y sin embargo más felices? Ortega y Gasset ya se había fijado en "la ausencia permanente de los mejores"... Tratar de ser "más capaz" sin aprender a maniobrar, es perder el tiempo. Ensayar la honestidad, un modo de autoeliminarse en este magma humano, en esta jungla que cada día avanza más hacia la estolidez y hacia la caverna.
Intentarla, intentar la honestidad, en el ámbito social, más allá de la amistad y del amor en todas sus expresiones es un retroceso, una sandez, un disparate. El saber, los másters, los títulos académicos no hacen a ciudadanos más felices, que ese sería el objetivo máximo de la política y de la cultura institucional. Todo eso lo que fabrica es ciudadanos infelices, acobardados, retraídos, débiles. ¿Para qué he hecho yo esto? ¿para repartir pizzas, para andurrear por las calles con un micrófono en la mano para asaltar a la gente que no me llamó?
No en balde el Eclesiastés, uno de los libros del Antiguo Testamento de los judeocristianos dice:"cuanto más saber más aflicción". De entre tanta enseñanza de las Escrituras, a mis años no tengo más remedio que quedarme con ésta. ¿De qué me ha servido tanta lectura, tanto profundizar en el alma humana, en los entresijos de esta sociedad mundana? Mucho más, desde luego, para sufrir que para alcanzar la plenitud. En todo caso, la que haya podido lograr ha venido precisamente de todo lo contrario: de labrar la absoluta ignorancia y de haber empezado a pensarlo todo desde el principio olvidando lo aprendido, lo demás.
Esta civilización, fatigada ya hasta del zapping, harta de la reiteración de los temas en el cine, en la televisión, en la política y hasta en la propia cultura, hastiada de todo cuanto se le ofrece a quienes lo tienen todo mientras tantos no tienen nada, sucumbirá a buen seguro por un imprevisto: por el más horrendo aburrimiento.
¿Quién no siente ya tedio, empalago, fastidio ante el televisor, ante el estrago de tanto fútbol, de tanta violencia peliculera, de tanto chiste repetido? Hasta mis nietos, a quienes se raciona los entretenimientos, ya dan pruebas decansancio. .. ¿Qué será de ellos y de su falta de estímulos que no sean los de la supervivencia, dentro de quince o veinte años? Yo recomiendo a sus padres que les formen en la más severa escuela de la ignorancia y de los más redomados cabrones. De otro modo serán los más desgraciados del universo. Lo dicho. Como decía la pegatina de un coche que vi en Francia poco después del Mayo francés: "si la cultura es cara, ensayemos la ignorancia". Aquí es a donde yo quería ir a parar. No hay nada que proporcione mayor sensación de plenitud que ser un filisteo. No tener conciencia, pasar por encima, laminar las ajenas, ir a lo nuestro, mirar, para protegernos, que los códigos penales no nos aplasten... es la solución definitiva. Y si no, mirad. Ahi los tenéis tan exultantes. Ved qué felices son los fascistas, los incrédulos, los violentos y las bestias. Animémonos todos a ser como ellos... pero, por favor, evitemos en todo lo posible ser cultos, sensibles y considerados.