Asteroide B612

Soy un montón de cosas, parte de este Universo y como tal, parte de ustedes y viceversa. Un poco de socióloga,filósofa, escritora, poeta, pintora. Soy humana y toda la dimensión que implica esa palabra.

sábado, 16 de agosto de 2008

Significado y sentido: la comprensión del mundo

Estimados/as: Comparto con Ustedes, esta lectura interesante.



Significado y sentido: la comprensión del mundo

Por Carlos Schulmaister (*)

La comprensión del mundo, por cualquiera de las vías de conocimiento posibles, tiende a ser cada vez más ilusoria y pobre. La creciente saturación de informaciones, de representaciones e imágenes industrializadas -en circulación y en disponibilidad- reducen y simplifican la realidad no obstante la sobreabundancia de discursos abstrusos, de los cuales no sé si porque no logran ser apropiados no pueden imbricarse en nuevos sentidos para todo aquello en lo que está haciendo falta, o si en realidad es al revés.

Particularmente, creo que ambos términos u operaciones -apropiación y construcción de sentidos- son hoy simultáneamente causa y efecto de sí mismos y que existe un generalizado y creciente fenómeno de estrechamiento de la última etapa de la Modernidad, caracterizada por aquel efecto "esponja" de absorción y consumo de discursos múltiples pero polarizados.

Hoy existe un tremendo agotamiento colectivo a ese respecto. Proseguir en la misma línea resulta cada vez más cansador para una humanidad que vive en tensión permanente y asiste y participa de los fracasos y frustraciones más tremendos del siglo XX.

La pérdida de valor de tanto discurso optimista y redentor de ayer ya no se puede remontar desde la racionalidad ni desde el voluntarismo y la pasión.

La proliferación de discursos académicos novedosos, reductibles a escala molecular, bestsellerizados por el mercado y su inexorable lógica de lucro, inanes para todo bien posible, degrada el producto tanto como la función y la figura misma de por lo menos la mayoría de los intelectuales en circulación.

El resultado, desde la lectura de la sociedad, es el rechazo en todas sus variantes. Los libros -y el audiovisual- se escriben, se publican, se venden corporativamente en grandes cantidades, se fomenta la lectura y hasta se regalan individualmente, pero no son leídos masivamente, incluidos aquéllos de ficción que, a lo sumo, serán más conocidos en versiones adaptadas a otros géneros más vaporosos pero igualmente rentables para sus propietarios.

Y como estos discursos no pueden ser simplificados ni resumidos en razón de la confusión de lenguas que representa la actual Babel cultural, el mundo aparece crecientemente incomprensible. Lo que sí se reduce y simplifica es el conocimiento de la realidad, como dije al comienzo, no los discursos sobre ella. Éstos se han convertido en fines en sí mismos por su condición de canteras o yacimientos para la industria de la educación y la cultura de mercado, la cual no posee fines fuera de sí misma dada su circularidad.

En la oferta, es decir, en las obras, el exceso de erudición, de aparato formal, de tics a la moda, y especialmente el culteranismo expresivo cada día más alienado, producen tal grado de esoterismo lingüístico que clausura de hecho la posibilidad del conocimiento de la verdad más verdadera.

La saturación del mercado es tan grande que anula las posibilidades del diálogo y del debate de ideas, salvo entre los socios de los clubes de siempre, esos que sólo se leen entre ellos al ser recíprocos productores y consumidores de sus contenidos simbólicos. Fuera de ese circuito, tales productos son percibidos como infinitos monólogos, a cuál más exótico.

La ampliación del mercado global consolida las actuales formas de producción de contenidos simbólicos, otorgando legitimidad y prestigio a quienes optan por desenvolverse de acuerdo con las reglas del juego. Esto no es nuevo, por cierto, pero hoy se produce en un marco de hipocresía increíblemente desenfrenada y alejada abismalmente de aquella declamada ética del compromiso de los intelectuales en el siglo pasado.

Si bien ya no sirve hablar de los clásicos extremos ideológicos en términos de significación pues no se corresponden con la realidad, ¡qué duda cabe de que el "pensamiento políticamente correcto" no es el del sistema capitalista sino el de una caricatura sincrética del infantilismo universal de izquierda de todos los tiempos y lugares, eso cuya esencia son siempre el autoritarismo y el totalitarismo, sin importar si las propuestas programáticas incluyen ateísmo o fundamentalismo religioso, sufragio universal o partido único, materialismo o idealismo, puesto que se vende mediante la parodia estética y desde el poder se revela como la esencia de todas las derechas de la historia!

Con esas características, no obstante el éxito de mercado obtenido por esta tendencia, el resultado ha sido una creciente ausencia de compromiso con la verdad, incluida en ella la ética, lo cual a su vez ha redundado en el desprestigio y la desvalorización de las palabras y de los actos de habla de los intelectuales, teóricamente obligados a pensar en representación de aquellos que tácita e irresponsablemente les "delegaron" tal cometido en las décadas calientes del siglo pasado.

Antes de la globalización, el pasado se recibía verticalmente junto con la imagen debida y el correspondiente Nihil obstat de los dueños de todas las cosas del presente, del pasado ¡y del futuro! y uno podía optar entre comprar cada vez las figuritas correspondientes para pegar en el cuaderno único de la vida o bien, reduciendo costos, conseguirse una suerte de Simulcop para usarlo siempre con igual resultado, fijando indeleblemente los significados oficiales.

En cambio hoy el sistema mundial provee a los consumidores universales, desde la cuna al ataúd, de nuevos espejitos de colores y sonajeros, de nuevos tachín tachín contra el escepticismo y la angustia.

Así contamos con la posibilidad de múltiples pasados con sus respectivas imágenes que terminan siendo mercantilizados igual que antes pero, a diferencia de entonces, cada uno de los consumidores universales actuales posee un gran consuelo "democrático", anticipo de futuros narcóticos mucho más increíbles: si la realidad nos lastima, nos duele o nos indigna directa o indirectamente, le hacemos un lifting, le aplicamos un Photoshop a la medida de los deseos de cada uno: el superindividualismo, el agotado relativismo cultural y la caja de Pandora de la new age, convalidados, legitimados y recontralegalizados por el sistema (incluso a niveles "universitarios") ya que representan el súmmum de la sofisticación mercantilizadora. Así, pues, cada uno puede transformar virtualmente la realidad sin necesidad de salir de su acogedora cápsula.

(*) Argentino. Catedrático de Historia.

sábado, 9 de agosto de 2008




Tipología de Comentaristas


Por Aurora Suárez

Bajo el riesgo de equivocarme, el año pasado El Nuevo Diario colocó en su edición electrónica el “Blog Ciudadano”. Como a muchos nos pasó, al principio no entendíamos su “modus operandi”. Lo visitamos y después nos entusiasmamos con los diversos artículos que aparecían. De hecho, el Blog (o Bitácora en español) se popularizó hace ya varios años y tiene diversos usos (personal, periodístico, cultural, empresarial, científico, entre otros.), pero uno de los aspectos más importante que encierra, además de informarnos sobre cualquier tema ligero, profundo o cotidiano es que ha permitido ser un canal de comunicación de ida y vuelta para que muchas personas se expresen, conocer sus opiniones e interactuar entre las mismas.

Es un tipo de comunicación participativa y horizontal, a través de una pestaña interactiva fácil de activar. Del contenido del mismo (especialmente cuando son personales) se le puede calificar a un Blog como malo, aburrido, bueno o excelente, eso está en dependencia del gusto de cada lector.

En el caso del Blog Ciudadano de END, se califican los artículos y no el Blog en sí, aunque es meritorio reconocer que cada vez cuenta con más colaboradores y comentaristas, reflejando esta democratización por llamarle así, de los que “escriben y comentan” y conmoviendo los privilegios de una elite (por ejemplo, los intelectuales o periodistas) en algunos espacios que se han “auto-asignados” o se los han “asignado”, ya sea por su capacidad o bien, por vínculos consanguíneos o afectivos.

En otros términos, se ha quebrado el mito de que solo la cultura de elite es dueña y señora del reino de los que escriben y que la cultura de masas, debe leerlos, aprenderlos y comprenderlos. Todo lo contrario, allí se entremezcla un texto de contenido intelectual con uno cotidiano, el de un ilustrado con el de un desilustrado, etc. Algo parecido a un collage de pensamientos y opiniones.

Pero otro aspecto importante y que constituye un fenómeno, son sus visitantes, a los cuales voy a referirme. ¡No tengan pereza¡ Recorran en un tiempo libre los comentarios de dos o tres artículos (busquen temas diferentes) y lean lo que expresan. Al realizar este ejercicio descubrirán varias cosas: a) cada tema está generalmente manejado por un mismo grupito de personas; b) se refleja lucidez en sobre la situación del país, aunque sea en el discurso; b) los temas políticos son los de mayor preferencia; y c) la mayoría de las personas se firman bajo un seudónimo.

Como la experiencia me resultó interesante, quiero compartir con Ustedes una tipología de personas (a partir de su frecuencia) que realicé a partir de sus comentarios. Hay que tomarlas como “puras”, sólo en un sentido pedagógico, ya que en algunos casos se combinan unas con otras.

Anónimos: Son la gran mayoría. Un segmento de ellos es respetuoso y sincero, el resto, revela el lado oscuro de sus pasiones. Utilizan un seudónimo, lo cual pudiese obedecer a dos razones: Cobardía, las consecuencias que podría acarrear el comentario con su jefe inmediato o superior o grupo (que lo despidan o lo excluyan, por ejemplo); ofensa, la libertad para calumniar o denigrar al articulista.

Amargado: Todo es negro para este personaje, se la pongan como se la pongan. Siempre inventa un aspecto negativo hacia el artículo.

Apasionado: Busca como introducir su preferencia por un tema (medio ambiente, feminismo, derechos humanos) en sus comentarios, aunque no vengan al caso.

Cívico: El que llama al orden y al respeto a la diferencia, enmarcado en los preceptos constitucionales y el Estado de Derecho. Sus comentarios son lecciones de moral y cívica.

Censor: Ordena qué se debe publicar y qué no, qué es bueno y qué es malo. Se siente miembro de un jurado de Blogs.

Desamparado: En sus comentarios, se trasluce la búsqueda de un mesías, su “identificación” con el articulista sobrepasa los límites, experimenta un alivio y, hasta le pide ayuda.

Desenfocado: No lee bien el artículo, más bien se centra en debatir con los otros comentaristas. Siente que está en Hi-5 o Facebook.

Emigrado: Primero, no rompe el cordón umbilical y segundo, quiere resolver los problemas a control remoto. Brinda consejos de una realidad que no vive.

Escéptico: Es un Don me opongo, el crítico. No cree en nada, ni en nadie.

Extremista: Acostumbra a sobredimensionar alguna debilidad e inconsistencia en un artículo, descalificando todo su contenido.

Gentil: Saluda, felicita, a veces enamora y no comenta nada o casi nada sobre el artículo.

Humorista: El típico nica que se ríe de sus desgracias y hace “chacota” de todo. Aunque en medio de su humor “sano”, hace buenos comentarios.

Incomprensible: Uno se pierde al leer sus comentarios, se está hablando de la leche y sale con el aceite.

Intelectual: Los lee a todos y sólo le responde al artículo que está a su “nivel” y, además les recomienda bibliografía.

Irónico: El humorista “negro”. Se burla con sutileza del mensaje fundamental del texto y en muchos casos, resulta hiriente.

Nostálgico: Unos, viven en el pasado; de sus comentarios se desprenden lágrimas, huele a humo de metralla, banderas y concluyen con consignas. Y otros, escriben añorando el poder perdido (que se tuvo o no se pudo tener).

Oportunista: En buen nica, el “guatusero”. Le gusta quedar bien con Dios y con el Diablo, nunca se sabe cómo piensa realmente. Experto en esparcir chismes y cambiarse de seudónimos a cada instante.

Politizado: Aquí se puede realizar una subdivisión: el envenenado, que da rienda suelta a su ira con fuertes ofensas a quien exprese posiciones contrarias a su ideología o partido; el sensato, expresa su desacuerdo sin ofender, y el paranoico, todo lo que lee le da una connotación política, aunque el artículo trate sobre pintura, por ejemplo.

Religioso: Se le descubre porque siempre empieza con un salmo y termina con una bendición, no importa el tema.

Respetuoso: Es la persona que expresa su desacuerdo con argumentos sólidos, respetando la opinión del articulista. Es el comentarista ideal.

Resentido: Se pelea con el articulista por lo que le hicieron Gobiernos anteriores o su partido, y es reincidente en su discurso con todos los artículos restantes. Comúnmente se queja ante el editor porque sus comentarios no los “sube” y vive especulando sobre sus razones.

Snobista: Lee y escribe para no quedarse fuera de la nueva “onda”, ni de ninguna discusión.

Sectario: El que se pelea hasta con sus “iguales”. Todo gira alrededor de lo que “él” piensa o sabe.

Servil: No ha terminado de leer completamente el artículo cuando se deshace en halagos, ya que es un tema que le gusta (aunque no tenga calidad) o bien, sabe que lo escribió un conocido o un notable.

Soñadores: Los que creen en el futuro y no, en el presente.

Este es el resultado de algunas percepciones que me dejaron los comentaristas del Blog Ciudadano. Si Usted no está incluido, súmese como parte de esta tipología en los comentarios y si lo estaba, me siento satisfecha en haberlo descubierto.

lunes, 4 de agosto de 2008

¿Pasividad o Cobardía moral?

¿Pasividad o Cobardía moral?


Por Aurora Suárez


Desde que tengo uso de razón en “política”, por llamarle así, siempre me he preguntado cuál es la magia que han tenido las dictaduras (franquismo, pinochetismo, somocismo, etc.) para sostenerse durante décadas en el poder, ante la pasividad por mucho tiempo, en general, de la sociedad civil.

El discurso de los sistemas actuales sobre que el pueblo es la causa principal de legitimación en el ordenamiento jurídico democrático de un país, constituye un cinismo más del poder por un lado y, por otro, no desculpabiliza al discurso, sobre sus actos o pretendida propiedad sobre la verdad.

Sería muy atrevida en denominar en la actualidad a un sistema político como “dictadura”, más bien, lo que tenemos es un “remake” de viejas ideologías fracasadas. Y si se quiere hablar de socialismo o revolución en estos tiempos, estos, presentan escasa o nula simetría con las conceptuadas en su momento, más bien son una ilusión de crear una democracia con lenguaje y símbolos desenterrados de los manuales de Rius. Se conserva el mismo sistema, solamente que menos definido en su naturaleza de ser. Algo similar ocurrido con el capitalismo, al que concibió en sus intenciones (según Adam Smith) en esta frase: “Las transacciones, cualesquiera, que no generen mutuo beneficio tienden inexorablemente a desaparecer”. Y ahora, su nueva versión es la Globalización.

La antigua y nueva modalidad del poder, ha girado y continúa haciéndolos, en redimir al “otro”: los oprimidos y desfavorecidos. Para darle legalidad – categoría que tiene un valor de uso, mal-usado por la democracia - a sus discursos, se ampara a través de reformas constitucionales, decretos-leyes, por ejemplo, aunque las mismas carezcan de legitimidad.

Realizando una rápida lectura del pasado mediato y del pasado inmediato de nuestra sociedad, identificamos una cadena de acero formado a través de momentos por cuentitas llamadas dolor, angustia, miedo, incertidumbre, desconfianza, dificultad, pobreza, injusticia, ilegalidad, entre tantos hechos de orden destructivo no sólo para el desarrollo de la sociedad en sí y para sí sino también para la salud mental del conjunto de personas. Por eso, no resulta extraño que esperando en una parada de bus u observarla desde un vehículo, descubramos en adultos y semi-adultos, expresiones en sus rostros de desesperanza, pesimismo, tristeza, preocupación, apatía y ansiedad.

Difícilmente (excepto para los socios y dueños de la elite, algunos grupos burócratas de Organismos u otros “iluminados” por la filosofía oriental, cristiana, etc.) coincidimos con personas optimistas, alegres o satisfechas.

Es muy común, escuchar en cualquier ambiente la pregunta ¿Por qué el pueblo que no reacciona? ¿Qué está pasando? Y una de las respuestas más cotidianas es: estamos cansados. Me propuse ir más allá de esa preocupación general y esa respuesta cómoda que denota una aceptación a la situación, algo inaceptable en estos tiempos. Confieso que en este caso, disiento de un consejo budista que dice algo así: Si un problema no tiene solución, para qué preocuparse y, si la tiene ¿para qué preocuparse? Es un deber. Somos parte una estructura social en la que nos desenvolvemos.

Para salir de los pensadores tradicionales que abordan estos tópicos, voy a referirme a una entrevista realizada a Heisemberg, un notable físico alemán, de esos “puros” que anulan este otro “mundo” (social, antropológico, etc.) por ser apolítico, en donde define a la persona pasiva como la que decide no preocuparse por ningún problema y vivir al margen de lo que ocurre; el que no se anota ni se compromete con nadie; falta de análisis y mucha flojera mental, entre otras cosas. ¡Hasta Heisemberg sorprendentemente se expresó al respecto¡

Asociando sus respuestas con nuestros comportamientos se advierten menos analogías que disimilitudes: hay preocupación e interés generalizado por la situación (ilustrados. desilustrados e iletrados realizan sus propios análisis, sino amigo lector, recuerde su última conversación con el taxista), resalta la incredibilidad política (veamos pues, los resultados de la reciente verificación ciudadana para las elecciones municipales), manifestaciones de comportamientos agresivos e intolerantes (les invito a revisar los comentarios de los blogs de periódicos nacionales), entre otros. Es decir, no podríamos hablar categóricamente de una pasividad generalizada hay rebeldes a como les llama Osho, pero que se mueven en los suburbios de nuestra mente.

De lo contrario, no se producirían algunas manifestaciones de ese “rebelde” como son las recientes movilizaciones, que si bien es cierto han surgido desde grupos de poder de la “sociedad civil” (intelectuales, profesionales, empresarios y políticos excluidos), encontramos alguna representatividades de los que “no creen en nada, ni en nadie” y se suman a éstas como un escape para canalizar su ira, impotencia y descontento hacia el poder ya que carecemos de líderes.

Me atrevería calificar a esta sociedad, como una sociedad pasiva consciente, un tanto enfermiza y evasiva (alcohol, drogas) que está agonizando poco a poco. De tal manera, que nos hemos sumado como un país más en la lista de las “sociedades depresivas”, como si fuéramos ciudadanos del primer mundo, aunque vivamos como los africanos.

No en vano y en parte son responsables estos sistemas, la OPS/OMS señaló que la depresión en el año 2000 ocupaba el cuarto lugar en la tabla de enfermedades causantes de discapacidad, afectando a 350 millones de personas en el mundo y amenaza con ser, en las próximas dos décadas, la segunda causa de discapacidad. Aunque resulta difícil, pero no imposible romper con el pasado (no somos impermeables), descreer en el futuro (para no sufrir desencantos) y disponerse a vivir el presente: separando nuestras ideas de falsas ideologías a través del análisis crítico de la realidad.

Lo de “sociedad enferma” no debe causarnos estupor, ni llevarnos a negar el hecho. Existen diversos comportamientos que lo corroboran (agresividad, frustración, pasividad, anomia). Por otro lado, vivimos el fenómeno de la cobardía moral, ésa cómplice y silenciosa ante el poder, que la encontramos en muchos de las clases medias y altas decadentes o en extinción: profesionales, empresarios, académicos, intelectuales, burócratas, etc. Los que critican bajo seudónimos, odian al poder, pero viven y quieren más de él. Mientras el poder, hace su lectura del futuro y evalúa sus resultados a partir de lo que está sucediendo hoy, para seguir rediseñando estrategias, nosotros nos desgranamos en la disyuntiva: principios morales vs. factores económicos.

Como aditivo se suman las discrepancias en los diferentes niveles del poder, los exacerbados intereses políticos y económicos (sobretodo desde la elite), la ausencia de un plan de desarrollo económico y social coherente y participativo para salir de esta crisis que nos tiene privados cada vez más de nuestras necesidades básicas humana, la pérdida de la confianza en nosotros mismos, en quienes nos rodean, en el sistema y, ¡Hasta en nuestra pareja¡

Es necesario ponernos de acuerdo en lo esencial, de lo contrario continuaremos recorriendo el mismo circulo (reforma del estado, corrupción, pobreza…) y seguiremos viendo con nostalgia cómo los grandes males sociales y económicos nos fusilan en los silencios de nuestros insomnios cada día. A como dice Osho, “… el pasado te ha dejado inutilizado completamente. La carga del pasado es tan pesada que todo el mundo ha quedado aplastado por ella”. Pero debemos ser ese rebelde a quien el define como la persona que “… está en un proceso constante, continúo. Toda la vida de un rebelde es un fuego que quema. No responderá a ninguna situación de acuerdo con su experiencia pasada, responderá a cada situación de acuerdo con su conciencia actual.

Y recordando a Schiller, con su poema "Sentencias de Confucio" que nos dice: "Sólo una mente plena es clara, y la verdad habita en las profundidades." Nos damos cuenta que solo estamos moviéndonos en la superficie…Me pregunto ¿Hasta cuándo?